TENDRÁS QUE PENSÁRTELO
Bien, ya está. A trancas y barrancas, desde luego, pero lo principal creo que ahí queda dicho. Me refiero a lo «principal» que yo soy capaz de decirte ahora: otras cosas mucho más principales tendrás que aprenderlas de otros o, lo que será mejor, pensarlas por ti mismo. No pretendo que te tomes este libro demasiado en serio, ¡por nada del mundo! Después de todo es muy probable que ni siquiera se trate de un verdadero libro de ética, al menos si Wittgenstein tenía razón. Este notable filósofo contemporáneo consideraba tan imposible escribir un verdadero libro de ética que afirmó: «Si un hombre pudiese escribir un libro sobre ética que fuese verdaderamente un libro sobre ética, ese libro, como una explosión, aniquilaría todos los demás libros del mundo.» Aquí me tienes, ya acabando estas páginas que te dirijo y sin haber oído el trueno aniquilador de ninguna explosión. Mis viejos libros que tanto quiero (incluido ése en el que Wittgenstein la expresa la opinión antes citada) siguen afortunadamente incólumes en los estantes de la biblioteca. Por lo visto no me ha salido el encantamiento, digo el libro de ética: tú, tranquilo. Otros muchísimo mejores que yo lo intentaron antes con resultados que tampoco hicieron volar en añicos el resto de la literatura pero que de todos modos harás bien en intentar conocer: Aristóteles, Spinoza, Kant, Nietzsche… Aunque me he propuesto no citártelos a cada rato porque estábamos hablando entre amigos, te confieso que lo más aprovechable que pueda haber en las páginas anteriores viene de ellos, a mí sólo me corresponde la paternidad de las tonterías (¡perdona, no te des por aludido!).
De modo que este libro no tienes
por qué tomártelo demasiado en serio. Entre otras cosas porque la «seriedad» no
suele ser una señal inequívoca de sabiduría, como creen los pelmazos: la
inteligencia debe saber reír… Su tema, en cambio, harás bien en no pasarlo por
alto: trata de lo que puedes hacer con tu vida y si eso no te interesa, ya no
sé lo que puede interesarte. ¿Cómo vivir del mejor modo posible? Esta pregunta
me resulta mucho más sustanciosa que otras aparentemente más tremendas:
«¿Tiene sentido la vida? ¿Merece
la pena vivir? ¿Hay vida después de la muerte?» Mira, la vida tiene sentido y
sentido único; va hacia adelante, no hay moviola, no se repiten las jugadas ni
suelen poder corregirse. Por eso hay que reflexionar sobre lo que uno quiere y
fijarse en lo que se hace. Después… guardar siempre el ánimo ante los fallos,
porque la suerte también juega y a nadie se le deja acertar en todas las ocasiones.
¿El sentido de la vida? Primero, procurar no fallar; luego, procurar fallar sin
desfallecer. En cuanto a si merece la pena vivir, te remito a lo que comentaba
a este respecto Samuel Butler, un
escritor inglés a menudo guasón: «Ésa es una pregunta para un embrión no para
un hombre.» Cualquiera que sea el criterio que elijas para juzgar si la vida
vale la pena o no, lo tendrás que tomar de esa misma vida en la que ya estás
sumergido. Incluso si rechazas la vida, lo harás en nombre de valores vitales, de
ideales o ilusiones que has aprendido durante el oficio de vivir. De modo que
es la vida lo que vale… incluso para quien llega a la conclusión de que no vale
la pena vivir. ¡Más razonable sería preguntarnos si «tiene sentido la muerte»,
si la muerte «vale la pena», porque de ésa si que no sabemos nada, ya que todo
nuestro saber y todo lo que para nosotros vale proviene de la vida! Creo que
toda ética digna de ese nombre parte de la vida y se propone reforzarla,
hacerla más rica. Me atreveré a ir más lejos, ahora que nadie nos oye: pienso
que sólo es bueno el que siente una antipatía activa por la muerte. ¡Ojo! Digo
«antipatía» y no «miedo»; en el miedo siempre hay un inicio de respeto y
bastante sumisión. No creo que la muerte se merezca tanto… Pero ¿hay vida
después de la muerte? Desconfío de todo lo que debe conseguirse gracias a la
muerte, aceptándola, utilizándola, haciendo manitas con ella, sea la gloria en
este mundo o la vida perdurable en algún otro. Lo que me interesa no es si hay
vida después de la muerte, sino que haya vida antes. Y que esa vida sea buena,
no simple supervivencia o miedo constante a morir.
Me quedo pues con la pregunta
acerca de cómo vivir mejor. A lo largo de todos los capítulos anteriores he
intentado no tanto contestarla como ayudarte a comprenderla más a fondo. En
cuanto a la respuesta, me temo que no vas a tener más remedio que buscártela
personalmente. Y eso por tres razones:
a) Por la propia incompetencia de tu improvisado maestro, o
sea yo. ¿Cómo voy yo a enseñar a vivir bien a nadie si sólo acierto a vivir
regular y gracias? Me siento como un calvo anunciando un crecepelo insuperable…
b) Porque vivir no es una ciencia exacta, como las
matemáticas, sino un arte, como la música. De la música se pueden aprender
ciertas reglas y se puede escuchar lo que han creado grandes compositores, pero
si no tienes oído, ni ritmo, ni voz, de poco va a servirte todo eso. Con el
arte de vivir pasa lo mismo: lo que puede enseñarse le viene muy bien a quien
tiene condiciones, pero al «sordo» de nacimiento son cosas que le aburren o le
lían aún más de lo que está. Claro que en este campo la mayoría de los sordos
suelen serlo voluntariamente…
c) La buena vida no es algo general, fabricado en serie,
sino que sólo existe a la medida. Cada cual debe ir inventándosela de acuerdo
con su individualidad, única, irrepetible… y frágil. En lo de vivir bien, la
sabiduría o el ejemplo de los demás pueden ayudarnos pero no sustituirnos…
La vida no es como las medicinas,
que todas vienen con su prospecto en el que se explican las contraindicaciones
del producto y se detalla la dosis en que debe ser consumido. Nos la dan sin
receta, la vida y sin prospecto. La ética no puede suplir del todo esa
deficiencia porque no es más que la crónica de los esfuerzos hechos por los
humanos para remediarla. Un escritor francés muerto no hace mucho, Georges
Perec, escribió un libro titulado así: La vida: instrucciones para su uso. Pero
se trata de una deliciosa e inteligente broma literaria, no de un sistema de
ética. Por eso he renunciado a darte una serie de instrucciones sobre
cuestiones concretas: que si el aborto, que si los preservativos, que si la
objeción de conciencia, que si patatín o que si patatán. Ni mucho menos he
tenido el atrevimiento (¡tan repelentemente típico de quienes se consideran
«moralistas»!) de predicarte en tono lastimero o indignado sobre los «males» de
nuestro siglo: el consumismo, ¡ah!, la insolidaridad, ¡eh!, el afán de dinero,
¡oh!, la violencia, ¡uh!, la crisis de valores, ¡ah, eh, oh, uh! Tengo mis
opiniones sobre esos temas y sobre otros, pero yo no soy «la ética»: sólo soy
papá. A través de mí, la ética lo único que puede decirte es que busques y
pienses por ti mismo, en libertad sin trampas: responsablemente. He intentado
enseñarte formas de andar, pero ni yo ni nadie tiene derecho a llevarte en
hombros. ¿Acabo con el último consejo, sin embargo? Ya que se trata de elegir,
procura elegir siempre aquellas opciones que permiten luego mayor número de
otras opciones posibles, no las que te dejan cara a la pared. Elige lo que te
abre: a los otros, a nuevas experiencias, a diversas alegrías. Evita lo que te
encierra y lo que te entierra. Por lo demás, ¡suerte! Y también aquello otro
que una voz parecida a la mía te gritó aquel día en tu sueño cuando amenazaba
arrastrarte el torbellino: ¡confianza!
Despedida
«Adiós, amigo lector; intenta no
ocupar tu vida en odiar y tener miedo» (Stendhal, Lucien Leuwen).
Nota: Este es el epílogo del libro Ética para
Amador, lo que significa que acabas de leer el segundo libro en este año.
FELICITACIONES
¿Cómo te sientes ahora que saber que acabas de
terminar de leer tu segundo libro?
ACTIVIDAD:
Escribe un texto no menor de dos páginas donde me
cuentes tus impresiones del libro que acabas de terminar (Ética para Amador),
en dicho escrito espero me digas:
·
¿Cuál capítulo te gustó más’
·
¿Qué aprendiste?
·
¿Es fácil leer?
·
¿Te gustaría leer otro libro?
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