La filosofía y su historia
Para el estudio de la filosofía es importante, y aun necesario, tener una recta concepción de la «Historia de la Filosofía». El hombre ha tenido siempre necesidad de filosofar. En todas las grandes culturas ha surgido una concepción del hombre que alcanza hasta sus últimos problemas, y, por tanto, de carácter más o menos filosófico. Decimos más o menos filosófico, porque con frecuencia esta concepción del hombre se ha hallado unida a una actitud religiosa; y no puramente racional.
La historia de la filosofía
abarca todas las manifestaciones, todos los esfuerzos del hombre por resolver
los problemas filosóficos, realizados a través de la historia. La historia
completa de la filosofía debe tener en cuenta tanto la filosofía oriental, como
la occidental. En el Oriente, tanto en la China como en la India y en Persia
han existido concepciones filosóficas, algunas de las cuales han continuado
hasta nuestros días. Pero, para nuestro objeto, debemos más bien limitarnos a
la filosofía occidental. Esta ha tenido origen en Grecia, y suele dividirse en
cuatro grandes épocas: Filosofía antigua (Griega, Greco-romana y Cristiana-patrística),
Filosofía medieval (Cristiana, Escolástica, Árabe y Judía), Filosofía Moderna
(desde el Renacimiento hasta fines del siglo XIX), Filosofía Contemporánea
(siglo XX).
Una mirada a la historia de la
filosofía nos convence de que los problemas filosóficos han tenido las
soluciones más diversas. Algunos han considerado la realidad como materia:
«Materialismo». Para éstos el hombre es un ser puramente material, por tanto
perecedero como todos los demás seres; no hay lugar para la existencia de Dios,
ni de otros seres espirituales; otros filósofos han profesado el
«espiritualismo», distinguiendo entre el mundo material y el mundo espiritual;
el hombre participa a la vez de ambos mundos y tiene no solamente un principio
material, sino también espiritual. Generalmente los que admiten en el hombre un
principio espiritual también lo consideran inmortal.
Algunos filósofos sostienen que
toda la realidad del universo forma un solo ser material («monismo
materialista») o un solo ser espiritual y divino («Monismo panteísta»); otros
explican la realidad del universo como distinta de Dios, y admiten que Dios es
un ser personal («teísmo») distinto del mundo y Creador de éste
(«Creacionismo»).
En cuanto al problema del
conocimiento, han aparecido, a través, de la historia de la filosofía, las
soluciones más diversas: algunos sostienen que nada podemos conocer, con
certeza («escepticismo»), otros que solamente podemos conocer nuestra
conciencia y que no sabemos lo que hay fuera de ella, y el mundo que creemos
exterior no es sino una creación subjetiva de la conciencia misma
(«subjetivismo, idealismo»); otros en fin sostienen que por el conocimiento
percibimos las cosas exteriores a la conciencia y en mayor o menor grado la
percibimos tal como son («realismo»).
En el orden moral también la
diversidad de opiniones es notable: según unos, la moralidad consiste en la
utilidad («utilitarismo»); según otros la moralidad es una creación subjetiva
del hombre sin fundamento en las cosas («idealismo»); otros en fin sostienen
que hay principios de moralidad independientes de la voluntad del hombre y a
los cuales éste debe acomodarse para obrar bien o mal («racionalismo»).
Así podríamos ir viendo acerca de
todos los problemas filosóficos un desfile de opiniones diversas en toda la
historia de la filosofía.
Esto plantea un serio problema
sobre la filosofía misma: Si los hombres hasta ahora no han podido ponerse de
acuerdo en la solución de los problemas filosóficos, no es de esperar que en el
futuro se llegue a descubrir una solución aceptable para todos, y esto parece
indicar que los problemas filosóficos no tienen una solución, o, por lo menos,
el hombre no puede alcanzarla. No sabemos, por tanto, a punto fijo cuál es la
solución de los problemas, no podemos averiguar cuál es la teoría verdadera, y
todas las opiniones tendrían, con el mismo derecho, carta de ciudadanía en el
mundo filosófico.
Ante este problema se adoptan dos
actitudes fundamentales: algunos reconocen esta diversidad y admiten
simplemente que es imposible hallar una solución. Lógicamente, estos autores
desembocan en el escepticismo. Pero el escepticismo está contra las
experiencias humanas más inmediatas y aún contra nuestras exigencias más
íntimas. El escepticismo es como filosofía un suicidio intelectual, y, además,
contradictorio, porque no puede afirmarse a sí mismo.
Por este motivo, otros adoptan
una actitud diametralmente opuesta: Establecen un cierto núcleo de soluciones o
verdades filosóficas que ellos creen ciertas, y forman un «sistema» determinado.
O bien, eligen entre los sistemas filosóficos aquel que les parece verdadero y
desde este sistema juzgan a los demás, rechazándolos en todo o en parte. Esta
opinión o actitud tiene fundamento en la experiencia de que podemos conocer
muchas verdades, y, por tanto, no podemos afirmar que el hombre no conoce nada,
y supuesto que algo conoce como verdad, lo contrario debe ser excluido como
falso. Pero el problema surge cuando se trata de establecer cuál de los
sistemas filosóficos es el verdadero, preferible a todos los demás.
Por eso, otros toman una actitud
intermedia: prescindiendo de una decisión en favor de un sistema determinado,
realizan un estudio de conjunto sobre la historia de la filosofía; en ese
estudio creemos hallar nosotros la verdadera solución al problema.
Efectivamente, si atendemos a la historia misma de la filosofía, veremos que, a
pesar de la multiplicidad de problemas y de soluciones, a veces las más
contradictorias, existe una cierta tendencia, en todos los filósofos de mayor
relieve a salvar, a afirmar ciertos principios fundamentales para el hombre, y
para su vida: Estos principios fundamentales, que son necesarios para la
existencia humana, para la convivencia de los hombres entre sí, para el orden
social y para la conservación y el desarrollo de la humanidad, se hallan
afirmados por la inmensa mayoría de los filósofos, aún cuando después discrepen
acerca de otros muchos problemas. En realidad, este conjunto de principios,
hacia los cuales converge la historia de la filosofía, es lo que se puede
llamar «la filosofía perenne», la realidad del hombre, la distinción entre el
hombre y los demás seres aún los animales superiores; la inteligencia y la
libertad; la conciencia moral, la necesidad de la sociedad humana; la
dependencia o relación del hombre con un mundo transcendente; la religión,
&c., éstos, y algunos más, son temas hacia los cuales converge, en forma
afirmativa, toda la historia de la filosofía: decimos que converge en su
conjunto, porque, aún cuando puedan señalarse excepciones, la inmensa mayoría y
los más autorizados de los representantes del pensamiento filosófico en el
Occidente coinciden en una afirmación y reafirmación de estos principios: Las
filosofías persas, chinas, hindúes en el Oriente; y en el Occidente podemos citar
las cumbres de su historia: Sócrates, Platón, Aristóteles, los Estoicos, los
Académicos greco-romanos, Cicerón, Séneca, el neoplatónico Plotino, entre los
filósofos paganos; toda la filosofía cristiana occidental, hasta el siglo XVII,
y desde entonces: Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibnitz, Wolff, Kant, Hegel
(aunque con interpretación idealista): el Positivismo del siglo XIX se vio
obligado a crear también una concepción social de tipo religioso; y en el siglo
XX han abundado las figuras de primer relieve que están testimoniando el valor
de estos principios fundamentales.
Nuestra opinión es, en
consecuencia, que la historia de la filosofía lejos de suscitar en nosotros una
duda universal, nos confirma en la existencia de ciertos valores humanos fundamentales
y perennes, y su conjunto lo llamaremos «filosofía perenne». En cambio, el
hecho de la discrepancia acerca de tantos otros puntos, nos enseña que debemos
ser más cautelosos en su afirmación: solamente un sólido fundamento debe
inducirnos, en cada caso, a admitir como verdadera una solución determinada,
dejando más bien, cuando esto no sea posible con seguridad, abierto nuestro
juicio hasta que aparezca la solución debidamente fundada. Esta es, a nuestro
parecer, la lección que nos ofrece la historia de la filosofía, y a esta luz
debemos estudiarla, y aprovecharla para nuestra formación filosófica. Por de
pronto, ya aparece que la historia de la filosofía, por sí sola, no es
suficiente medio de información filosófica. Se necesita cierto criterio de discriminación
en las doctrinas filosóficas, so pena de perdernos en un bosque enmarañado, sin
saber cuál es nuestro verdadero camino. Asimismo se impone también una cautela
y un espíritu crítico en la lectura de los autores, tanto antiguos como
modernos, a fin de discriminar en ellos qué es lo válido o lo inválido de sus
doctrinas.
Pero esto nos lleva a estudiar
otro punto de sumo interés para nuestra orientación filosófica. La historia
misma de la filosofía es una lección muy rica en enseñanzas, que no debemos
olvidar. Ella nos obliga a distinguir tres aspectos de la filosofía: la
filosofía como actividad, como resultado y como ideal.
La filosofía como «actividad» es
el filosofar mismo realizado por el hombre. Siempre que un hombre se preocupe
por estudiar los problemas filosóficos de acuerdo con el método exigido, está
haciendo filosofía. Esta actividad es lo que se llama filosofar, o la filosofía
como actividad. Puede el hombre filosofar bien o mal, puede hacer bien o mal
filosofía, pero ciertamente está filosofando, está desarrollando una actividad
filosófica.
La filosofía como «resultado» es
el fruto de la actividad filosófica. En su filosofar el hombre llega a ciertos
resultados, es decir, a dar a los problemas filosóficos determinadas
soluciones. Toda solución, propuesta a través de la historia de la filosofía,
es filosofía como resultado. Naturalmente que los resultados son buenos y
malos, aceptables o inaceptables conformes o disconformes con la realidad de
donde surgen los problemas. Esto nos indica que hay filosofía buena y filosofía
mala, es decir, que no corresponde al verdadero planteamiento de los problemas,
y no expresa la realidad tal como en sí es. Ahora bien, propiamente hablando
solamente es verdadera ciencia filosófica como resultado aquella que se
conforma o que expresa la realidad tal como en sé es, por lo cual, tan sólo es
auténtica filosofía la que llega a resultados positivos, o conformes con la
realidad, la que resuelve satisfactoriamente los problemas. Sería, pues, un
error identificar la filosofía con la historia de la filosofía, ya que ésta
abarca o debe tener en cuenta todo el esfuerzo filosófico con los resultados
positivos y negativos a los que el hombre ha ido llegando. De aquí que la
tendencia a identificar la filosofía con sus historias, llamada «historicismo
filosófico», confunde lo bueno y lo malo en filosofía, los resultados
auténticos e inauténticos, en una palabra, lo verdadero y lo falso. Así como en
las demás ciencias distinguimos entre las soluciones equivocadas o superadas y
las que verdaderamente responden a la realidad, lo mismo acaece en filosofía:
en física, en medicina, &c., nadie incorpora a las ciencias físicas o
médicas las soluciones equivocadas, tanto antiguas, como modernas. Los errores
en física o en medicina no forman parte propiamente hablando de la «ciencia
física o médica»; igualmente en filosofía los errores no forman parte de la
«ciencia» filosófica. Propiamente hablando, solamente es filosofía la filosofía
como «resultado positivo», es decir, el conjunto de soluciones verdaderas a los
problemas filosóficos. Se impone, por consiguiente en la lectura de los autores
una discriminación entre los resultados positivos a que han llegado, y las
fallas, insuficiencias y errores e inconsecuencias en que a veces han caído.
Finalmente, la filosofía como
«ideal» es el conjunto de soluciones verdaderas a todos los problemas
filosóficos. Acerca de si el alma humana es mortal o inmortal, existe una
respuesta verdadera, la que expresa la realidad correspondiente a la inmortalidad
o mortalidad del alma. Acerca de la existencia de Dios existe una respuesta
verdadera; porque es imposible que sean a la vez verdaderas la afirmación y la
negación de la existencia de Dios. Acerca de la existencia de un orden moral,
independiente de la voluntad humana, existe también su respuesta verdadera, es
decir, la que está de acuerdo con la realidad acerca de dicho orden moral. Así
podríamos seguir mencionando problemas filosóficos. Pero éstos son
innumerables. Con frecuencia alcanzan un grado de dificultad tan grande que el
hombre nunca podrá llegar a resolverlos. Se trata, a veces, de problemas
abstrusos, ajenos a la experiencia del hombre y que sólo con medios de que el
hombre carece podrían ser resueltos. Por eso, la filosofía como «ideal», es
decir, el conocimiento completo de todos los problemas filosóficos no existe
para el hombre, nunca puede ser logrado por nosotros. Solamente Dios, con su
ciencia infinita, lo conoce todo. Al hombre, en cambio, porque tiene una
facultad limitada, le es imposible resolver muchos problemas acerca de su
propia naturaleza, de la naturaleza del mundo y de Dios. Esto no quiere decir
que algunos problemas fundamentales no los podamos resolver con certeza. Este
conjunto limitado de problemas, que por cierto incluye lo más esencial para la
vida del hombre y para la comprensión de su origen, su naturaleza y su destino,
ha sido resuelto positivamente y con seguridad, y está siempre al alcance de
una inteligencia normal comprobar el valor positivo de dichas soluciones. Pero
en comparación con la totalidad de los problemas filosóficos, éstos constituyen
una pequeña parte, y más de una vez el hombre sólo puede alcanzar acerca de los
otros un grado de probabilidad o de verisimilitud más o menos aproximado a la
realidad. Debemos reconocer modestamente nuestra capacidad limitada de conocer,
que debe ser un estímulo para avanzar más hacia el estudio y solución de nuevos
problemas filosóficos.
Para la comprensión de lo que es
la filosofía debe tenerse presente ésta triple distinción de la filosofía, como
actividad, como resultado y como ideal. La «actividad» no se justifica, como
filosofía, por sí sola; el «resultado» es auténtica filosofía sólo cuando es
positivo, es decir, cuando la solución está de acuerdo con la realidad; la
filosofía como «ideal» nunca puede ser alcanzada por el hombre en su totalidad,
sino sólo parcialmente, en cierto conjunto de problemas. La inteligencia humana
es limitada. Ningún autor filosófico, ningún hombre, ha podido hasta ahora, ni
seguramente podrá en lo futuro, presentar una filosofía exenta de algunos
errores de soluciones negativas y de deficiencias en el planteamiento y en la
solución de ciertos problemas. Conocemos, es verdad, los jalones de orientación
sobre el origen y destino del hombre, sobre el sentido trascendente de su vida
terrenal, y los principios fundamentales por que debe regirse en su vida
individual y social, en sus relaciones con el mundo y con Dios. Pero es trabajo
de cada uno, «mío», la apropiación consciente de esos principios últimos de la
filosofía, a fin de cumplir como lo requiere nuestra dignidad de hombres, el
alto destino a que Dios nos ha llamado.
Actividad.
Para que tengas una idea de como
se estudia un texto te presento un mapa mental de las partes más importantes de
esta lectura y con ello debes realizar un video donde me expliques lo leído.
Antes debes explica cuál fue el origen de la Filosofía Oriental y luego pasas
al mapa .
No le veo ningún problema si
haces el video con la ayuda de otro compañero, siempre y cuando participe,
explicando
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