¡DESPIERTA, BABY!
Breve resumen de lo anteriormente publicado. El cazador Esaú, convencido de que para cuatro días que va a vivir uno todo da igual, sigue el consejo de su barriga y renuncia a su derecho de primogenitura por un buen plato de lentejas (Jacob fue generoso al menos en eso y le dejó repetir dos veces). El ciudadano Kane, por su parte, se dedicó durante muchos años a vender a todas las personas para poder comprarse todas las cosas; al final de su vida reconoce que cambiaría si pudiera su almacén repleto de cosas carísimas por la única cosa humilde —un viejo trineo— que le recordaba a cierta persona: a él mismo, antes de dedicarse a la compraventa, cuando prefería amar y ser amado que poseer o dominar.
Tanto Esaú como Kane
estaban convencidos de hacer lo que querían, pero ninguno de ellos parece que
consiguió darse una buena vida. Y sin embargo, si se les hubiera preguntado qué
es lo que deseaban de veras, habrían respondido lo mismo que tú (o que yo,
claro): «Quiero darme la buena vida». Conclusión: está bastante claro lo que
queremos (darnos la buena vida), pero no lo está tanto en que consiste eso de
«la buena vida». Y es que querer la buena vida no es un querer cualquiera, como
cuando uno quiere lentejas, cuadros, electrodomésticos o dinero. Todos estos quereres son por decirlo así
simples, se fijan en un solo aspecto de la realidad: no tienen perspectiva de
conjunto. No hay nada malo en querer lentejas cuando se tiene hambre, desde
luego: pero en el mundo hay otras cosas, otras relaciones, fidelidades debidas
al pasado y esperanzas suscitadas por lo venidero, no sé, mucho más, todo lo
que se te ocurra. En una palabra, no sólo de lentejas vive el hombre. Por
conseguir sus lentejas, Esaú sacrificó demasiados aspectos importantes de su
vida, la simplificó más de lo debido. Actuó, como ya te he dicho, bajo el peso
de la inminencia de la muerte. La muerte es una gran simplificadora: cuando
estás a punto de estirar la pata importan muy pocas cosas (la medicina que
puede salvarte, el aire que aún consiente en
llenarte los pulmones
una vez más…). La vida, en cambio,
siempre es complejidad y casi siempre
complicaciones. Si rehúyes toda complicación y buscas la gran simpleza (¡vengan
las lentejas!) no creas que quieres vivir más y mejor sino morirte de una vez.
Y hemos dicho que lo que realmente deseamos es la buena vida, no la pronta
muerte. De modo que Esaú no nos sirve como
maestro.
También Kane simplificaba
a su modo la cuestión. A diferencia de Esaú, no era derrochador, sino
acumulador y ambicioso. Lo que quería era poder para manejar a los hombres
y dinero para comprar cosas,
muchas cosas bonitas
y seguramente útiles.
No tengo nada,
figúrate, contra intentar conseguir dinero ni contra la afición a las cosas
hermosas o útiles. No me fío de esa gente que dice que no se interesa por el
dinero y que asegura no necesitar nada de nada. A lo mejor estoy hecho de barro muy mal cocido, pero no me hace ninguna
gracia quedarme sin blanca y si mañana los ladrones me desvalijaran la casa y
se llevaran mis libros (temo que poco más podrían llevarse) me sentaría como un tiro. Sin embargo,
el deseo de tener más y más (dinero,
cosas…) tampoco me parece del todo sano. La verdad es que las cosas que tenemos
nos tienen ellas también a nosotros en contrapartida: lo que poseemos nos
posee. Me explico. Un día, un sabio budista le decía a su discípulo esto mismo
que te estoy diciendo y el discípulo le miraba con la misma cara rara («este
tío está chalao») con la que a lo mejor tú lees esta página. Entonces el sabio
preguntó al discípulo: «¿Qué es lo que más te gusta de esta habitación?» El avispado
alumno señaló una estupenda copa de oro y marfil que debía costar su buena
pasta. «Bueno, cógela», dijo el sabio, y el muchacho, sin esperar a que se lo
dijeran dos veces, agarró firmemente la joyita con la mano derecha. «No se te
ocurra soltarla, ¿eh?», observó el maestro con cierta guasa; y después añadió:
«¿No hay ninguna otra cosa que te guste también?» El discípulo reconoció que la bolsa llena de dinerito contante
y sonante que estaba sobre la mesa tampoco le producía
repugnancia. «Pues nada, ¡a por ella!» le animó el otro. Y el chico empuñó
fervorosamente la bolsa con su mano izquierda. «Y ahora ¿qué?», preguntó al maestro con cierto nerviosismo. Y el sabio
repuso: «¡Ahora ráscate!» No había manera, claro. ¡Y mira que puede llegar uno
a necesitar rascarse cuando le pica alguna parte del cuerpo… o aun del alma!
Con las manos ocupadas, no puede uno rascarse a gusto ni hacer otros muchos
gestos. Lo que tenemos muy agarrado nos agarra también a su modo… o sea que más
vale tener cuidado con no pasarse. En cierta forma, eso es lo que le ocurrió a
Kane: tenía las manos y el alma tan ocupadas con sus posesiones que de pronto sintió un extraño picor y no supo con qué rascarse.
La
vida es más complicada de lo que Kane suponía, porque las manos no sólo sirven
para coger sino también para rascarse o para acariciar.
Pero la equivocación fundamental de ese personaje, si el que se equivoca
no soy yo, fue otra. Obsesionado por conseguir cosas y dinero, trató a la gente
como si también fueran cosas. Consideraba que en eso consiste tener poder sobre
ellas. Grave simplificación: la mayor complejidad de la vida es precisamente
ésa, que las personas no son cosas. Al principio no encontró dificultades: las
cosas se compran y se venden y Kane compró y vendió también personas. De
momento no le pareció que hubiese gran diferencia. Las cosas se usan mientras sirven
y luego se tiran: Kane hizo lo mismo con los que le
rodeaban y se diría que todo marchaba bien. Tal
como poseía las cosas, Kane se propuso poseer personas, dominarlas,
manejarlas a su gusto. Así se portó con sus amantes, con sus amigos, con sus
empleados, con sus rivales políticos, con todo bicho viviente. Desde luego hizo mucho daño a los demás,
pero lo peor desde su punto de vista (el punto de vista de
alguien que suponemos quería darse «buena vida», ya sabes) es que se fastidió
seriamente a sí mismo. Intentaré aclararte esto porque me parece de la mayor
importancia.
Desengáñate:
de una cosa —aunque sea la mejor cosa del mundo— sólo pueden sacarse… cosas.
Nadie es capaz de dar lo que no tiene, ¿verdad?, ni mucho menos nada puede dar más de lo que es. Las lentejas
son útiles para quitar el hambre pero no
ayudan a aprender francés, por ejemplo; el dinero, por su parte, sirve para
casi todo y sin embargo no puede comprar una verdadera amistad (a fuerza de
pasta se consigue servilismo, compañía de gorrones o sexo mercenario, pero nada
más). Vamos, que un vídeo le puede
prestar a otro vídeo una pieza pero no puede darle un beso… Si los hombres
fuésemos simples cosas, con lo que las cosas pueden darnos nos bastaría. Pero
ésa es la complicación de que te hablaba que como no somos puras cosas,
necesitamos «cosas» que las cosas no tienen. Cuando tratamos a los demás como
cosas, a la manera en que lo hacía Kane, lo que recibimos de ellos son también cosas: al estrujarlos sueltan dinero, nos
sirven (como si fueran instrumentos mecánicos), salen, entran, se frotan
contra nosotros o sonríen cuando
apretamos el debido
botón… Pero de este modo nunca nos darán esos dones más sutiles que sólo
las personas pueden dar. No
conseguiremos así ni amistad, ni respeto, ni mucho menos amor. Ninguna cosa (ni siquiera un animal,
porque la diferencia entre su condición y la nuestra y es demasiado grande)
puede brindarnos esa amistad, respeto, amor… en resumen, esa complicidad fundamental que sólo se da entre iguales y que a ti o a mí o
a Kane, que somos personas, no nos pueden ofrecer más que otras personas a las
que tratemos como a tales. Lo del trato es importante, porque ya hemos dicho
que los humanos nos humanizamos unos a otros. Al tratar a las personas como a
personas y no como a cosas (es decir, al
tomar en cuenta lo que quieren o lo que necesitan y no sólo lo que puedo sacar
de ellas) estoy haciendo posible que me devuelvan lo que sólo una persona puede
darle a otra.
A
Kane se le olvidó este pequeño detalle y de pronto (pero demasiado tarde) se
dio cuenta de que tenía de todo salvo lo que nadie más que otra persona puede
dar: aprecio sincero o cariño espontáneo o simple compañía inteligente. Como a
Kane nunca nada pareció importarle salvo el dinero, a nadie le importaba nada de
Kane salvo su dinero. Y el gran hombre
sabía, además, que era por culpa suya. A veces
uno puede tratar a los demás como a personas y no recibir más que coces,
traiciones o abusos. De acuerdo. Pero al menos contamos con el respeto de una
persona, aunque no sea más que una: nosotros mismos. Al no convertir a los
otros en cosas defendemos por lo menos nuestro derecho a no ser cosas para los
otros. Intentamos que el mundo de las personas —ese mundo en el que unas
personas tratan como tales a otras, el único en el que de veras se puede vivir
bien— sea. Supongo que posible la desesperación del ciudadano Kane al final
de su vida no provenía
simplemente de saber perdido
el tierno conjunto de relaciones humanas que tuvo en su infancia, sino de
haberse empellado en perderlas y de haber dedicado su vida entera a
estropearlas. No es que no las tuviera sino que se dio cuenta de que ya ni
siquiera las merecía…
Pero
al multimillonario Kane seguro que le envidiaba muchísima gente, me dirás.
Seguro que muchos pensaban: «Ése sí que sabe vivir!» Bueno, ¿y qué? ¡Despierta
de una vez, criatura! Los demás, desde fuera, pueden envidiarle a uno y no
saber que en ese mismo momento nos estamos muriendo de cáncer. ¿Vas a
preferir darle gusto a los demás que satisfacerte a ti mismo? Kane consiguió
todo lo que había oído decir que hace feliz a una persona: dinero, poder, influencia, servidumbre… Y
descubrió finalmente que a él, dijeran lo que dijeran, le faltaba lo
fundamental: el auténtico afecto, el auténtico respeto y aun el auténtico amor
de personas libres, de personas a las que él tratara como personas y no como a cosas. Me dirás a lo mejor que ese Kane era
un poco raro, como suelen serlo los protagonistas de las películas. Mucha gente se hubiera sentido de lo más satisfecha
viviendo en semejante palacio y con tales hijos. La mayoría, me asegurarás
en plan cínico, no se hubiera acordado
del trineo «Rosebud» para nada.
A lo mejor Kane estaba chalado … ¡mira que sentirse desgraciado con tantas
cosas como tenía! Y yo te digo que dejes a la gente en paz y que sólo pienses
en ti mismo. La buena vida que tú quieres es algo así como la de Kane. ¿Te
conformas con el plato de lentejas de Esaú?
No
respondas demasiado de prisa. Precisamente la ética lo que intenta es averiguar
en qué consiste en el fondo, más allá de lo que nos cuentan o de lo que vemos en los anuncios
de la tele, esa dichosa
buena vida que nos gustaría
pegarnos. A estas alturas ya
sabemos que ninguna buena vida puede prescindir de las cosas (nos hacen falta
lentejas, que tienen mucho hierro) pero aún menos puede pasarse de personas. A
las cosas hay que manejarlas como a cosas y a las personas hay que tratarlas
como personas: de este modo las cosas nos ayudarán en muchos aspectos y las personas
en uno fundamental, que ninguna
cosa puede suplir, el de ser humanos.
¿Se trata de una
chaladura mía o del ciudadano Kane? A lo mejor ser humanos no es cosa
importante porque queramos o no ya lo somos sin remedio… ¡Pero se puede ser
humano-cosa o humano-humano, humano simplemente preocupado en ganarse las cosas
de la vida, todas las cosas, cuanto más cosas, mejor y humano dedicado a
disfrutar de la humanidad vivida entre personas! Par favor, no te rebajes; deja
las rebajas para los grandes almacenes, que es lo suyo.
Estoy
de acuerdo en que muchos a primera vista no le conceden demasiada importancia a
lo que estoy diciendo. ¿Son de fiar? ¿Son los más listos o simplemente los que
menos atención le prestan al asunto más importante, a su vida? Se puede ser
listo para los negocios o para la política y un solemne borrico para cosas más
serias como lo de vivir bien o no. Kane era enormemente listo en lo que se
refería al dinero y la manipulación de la gente,
pero al final se dio cuenta de que estaba equivocado en lo fundamental. Metió la pata en donde
más le convenía acertar. Te repito una palabra que me parece
crucial para este asunto: atención. No me refiero a la atención del búho, que
no habla pero se fija mucho (según el viejo chiste, ya sabes), sino a la
disposición a reflexionar sobre lo que se hace y a intentar precisar lo mejor
posible el sentido de esa «buena vida» que queremos vivir. Sin cómodas pero peligrosas simplificaciones, procurando comprender toda la complejidad del asunto este de vivir (me refiero a vivir humanamente),
que se las trae.
Yo creo que la
primera e indispensable condición ética es la de estar decididos a vivir de
cualquier modo: estar convencido de que no todo da igual aunque antes o después
vayamos a morirnos. Cuando se habla de «moral» la gente suele referirse a esas
órdenes y costumbres que suelen respetarse por lo menos aparentemente y a veces
sin saber muy bien por qué. Pero quizá el verdadero intríngulis no esté en
someterse a un código o en llevar la contraria a lo establecido (que es también
someterse a un código, pero al revés) sino en intentar comprender. Comprender
por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no, comprender de qué va
la vida y qué es lo que puede hacerla
«buena» para nosotros
los humanos. Ante todo, nada de
contentarse con ser tenido por bueno, con quedar bien ante los demás, con que
nos den aprobado… Desde
luego, para ello será preciso
no sólo fijarse
en plan búho o con timorata obediencia de robot, sino
también hablar con los demás, dar razones y escucharlas. Pero el esfuerzo de
tomar la decisión tiene que hacerlo cada cual en solitario: nadie puede ser
libre por ti.
De momento te
dejo dos cuestiones para que vayas rumiando. La primera es ésta:
¿por qué está mal
lo que está mal? Y la segunda es todavía más bonita: ¿en qué consiste lo de
tratar a las personas como a personas? Si sigues teniendo paciencia conmigo,
intentaremos empezar a responder en los dos próximos capítulos.
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